lunes, 7 de octubre de 2013

Fotografía y memoria en épocas de terrorismo

“Yuyanapaq. Para recordar”

Es un símbolo de reparación simbólica y un espacio de conmemoración que utiliza la fotografía como herramienta de recuerdo y conocimiento, retratando los hechos vividos durante la época de violencia política, constituyéndose así en un Informe Visual de la Comisión de la Verdad y Reconciliación y en una de las acciones que buscan el logro de la reconciliación nacional.


Incorpora un lenguaje verdadero y objetivo a través de las imágenes que buscan testimoniar los momentos precisos de los hechos de violencia sucedidos en esta etapa del conflicto armado, tratando de interceptar al visitante para lograr que sienta y comprenda lo que las victimas sintieron en estos atentados.
A su vez, busca que se comprenda la necesidad y derecho de memoria por parte de los ciudadanos y el Estado, y poder recibir la justicia y reparaciones que merecen.

Los fotógrafos

Los fotógrafos prestaron sus negativos –que es la única prueba de autoría del fotógrafo para la realización de la muestra. La confianza en la seriedad del grupo responsable de la exposición, como también el compromiso con el país, consintieron esta decisión que, por su cuantía, no tiene paralelo en nuestra historia. Los responsables reunieron, de esta manera, mil seiscientas imágenes que, ciertamente, muestran el dolor y la violencia pero también el coraje y la solidaridad de los peruanos. Con ellas, el Proyecto Fotográfico de la Comisión de la Verdad y Reconciliación ha construido un discurso de compasión. Yuyanapaq. Para recordar es una mirada de compasión sobre estos años terribles. Y es una mirada que nos permite conocer, con esperanza, que los fotógrafos-periodistas peruanos no solo tuvieron el privilegio de una butaca excepcional para observar la historia sino el privilegio de aportar con su trabajo a la construcción del imprescindible imaginario peruano. En Yuyanapaq, los fotógrafos han aportado, con sus testimonios en imágenes, a la memoria y, por lo tanto, han aportado a la salud de nuestro país.
Se puede dirigir la visualización de esta muestra hacia la perspectiva y profesionalismo del fotógrafo para adentrarse a aquella realidad y buscar retratar y componer de la manera más veraz (o leal) lo que sucedió en ese preciso instante para lograr transmitir al espectador lo que estos y los propios protagonistas del retrato sintieron en aquellos momentos del conflicto. Atractivos distintos que sumados a la mirada de compasión del fotógrafo, construyan una imagen sublimada que permita, en el espectador de la fotografía, la posibilidad de ingresar naturalmente en ella, atraído por su terrible belleza, permeabilizándolo, de esta manera, a reflexionar y comprender la magnitud de la tragedia.
Estas fotografías contienen, además, posibilidades de lecturas más profundas, hasta poéticas, y permiten reflejar, con mayor amplitud y serenidad, el alma del espectador.

Fotografía y memoria en el Perú de la posguerra

Viniendo como lo hizo, tras una guerra donde la "verdad de la fotografía" había sido desestabilizada por demandas en competencia tanto de la historia como de la verdad, la exposición de la CVR presenta una cronología de hechos e íconos del sufrimiento como parte de un proyecto para restaurar la conciencia moral de la nación como sujeto colectivo. La nación que figura en este discurso moral, sin embargo, es aquella mediante la que sólo puede haber una verdad, la cual puede ser transmitida a través de un relato (y revisualización) de los acontecimientos, hechos y sentimientos que, juntos, constituyen "la guerra”.
Al igual que los hechos, a las fotografías en la exposición de la CVR se les atribuye la capacidad de “hablar por sí mismas “. Este enfoque supone, por un lado, cierta uniformidad o acuerdo sobre la forma en que la idea de la historia misma será evaluada y traducida en un tipo de reflexión personal que puede producir una “reconciliación nacional”.

Los campesinos ayacuchanos, que necesitan relacionarse y habitar mundos donde las divisiones entre “terrorista” y vecino y hecho y sospecha, no se delimitan fácilmente, el valor agregado al acto de recordar—como una vivencia en el pasado—es sustancialmente diferente al de una persona joven en Lima para quien las fotografías revelan sorprendentes noticias de que hubo muertes, desapariciones y una complicidad generalizada en la guerra de la contrainsurgencia del Perú.


La dinámica específica de una cultura visual en el que la fotografía se ha utilizado, durante más de un siglo, para estabilizar las categorías de raza, origen étnico y la “otredad”, no opera en la humanista CVR y su, sin duda, bien intencionado proyecto de hacer transversales los "Rostros de Sufrimiento" a las profundas divisiones de raza y clase del Perú moderno. Tales suposiciones acerca de la universalidad del “lenguaje de la fotografía”, sugerimos, va en contra de un mundo del lenguaje y la experiencia en la que “el otro” se reconoce primero en términos étnicos o raciales, y sólo entonces es reconocido como humano.

Al abrazar la promesa ilusoria de que la fotografía puede, de alguna manera, trascender tiempo y lugar, las suposiciones acerca de su universalidad o “facticidad” también, sin embargo, rozan la capacidad que tiene la fotografía para crear una distancia escéptica entre quien ve y lo visto. Para Martin Heidegger, esta distancia habla con un ethos característico de la modernidad, como una época en la que nuestro destino es relacionarnos con el mundo como una “foto” o vista. Observada desde tal perspectiva, la fotografía parece inevitablemente ligada al dilema del sujeto moderno como incapaz de responder al mundo que habita, en tanto que el mundo siempre se percibe como una representación o imagen de lo que ya ha pasado15. Sin embargo, lo que la CVR quiere que hagamos es que usemos nuestras reacciones a las fotografías para repensar nuestras responsabilidades éticas en el presente, así como repensar nuestras relaciones con los diversos “otros” que forman la nación peruana. Está en juego aquí una particular comprensión de lo que constituye los términos del compromiso moral o ético. Con la presentación de las fotografías como los hechos, y la “nación” como un sujeto histórico singular, la CVR parece sugerir que nuestra interpretación de los hechos y de los motivos morales para la construcción de una colectividad (mejor) se basa en formas similares de acuerdo. ¿Qué sucede con este argumento, esta manera de leer la fotografía como ícono de sufrimiento y de la nación, si se introduce el fantasma de la discrepancia y la pluralidad como los motivos que fundamentan la reconciliación y la comunidad? Más específicamente ¿cómo puede el desacuerdo que se presentó en una exposición fotográfica que busca crear la reconciliación e incitar a la reflexión de acontecimientos recientes? Estas preguntas, sobre el desacuerdo y la pluralidad, son totalmente pertinentes para el proyecto del Museo de la Memoria. Mientras que el acuerdo—o el consenso— puede ser necesario para evaluar las cuestiones de culpabilidad y la sanción jurídica, ni los futuros nacionales ni las reivindicaciones morales que decidirán estos futuros pueden ser fundamentados a partir del lenguaje evidencial del “hecho fotográfico” o por cualquier otro idioma que se utilice de igual forma para reclamar un consenso total sobre los “hechos” de la violencia y el sufrimiento.